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La niebla

Miraba los círculos concéntricos que se formaban en la superficie y no pudo evitar sonreír. Le pareció que esas ondas pesadas, lentas, espesas por el agua contaminada de ese arroyo, eran una buena metáfora de una tensión que después de mucho tiempo encontraba alivio. ¡Plof! Un sonido sordo y un movimiento en el agua. Tenían algo de hipnótico, también. Quizás por eso seguía allí mirando, aunque lo más sensato habría sido irse dos o tres pensamientos atrás.


Quizás era la niebla espesa, que había descendido en el monte hacía unas pocas horas y le daba a toda la escena un aspecto irreal. Levantó la vista y, de tanto blanco denso a su alrededor, se sintió entre algodones. Siempre odió esa expresión, “vivir entre algodones”, y le causó gracia que justo ahora su mente se la entregara para ponerle palabras al paisaje. Se supone que es algo bueno eso de vivir entre algodones, pero no para ella que no podía evitar sentir un pinchazo agudo en las encías cada vez que imaginaba el algodón separándose y esa tirantez áspera de sus fibras. De solo pensarlo se erizaba. Tan suave e inofensivo el algodón, y encerraba una verdadera pesadilla. No pudo evitar asociarlo con lo que vivió los últimos meses, y esa conexión la hizo volver a posar sus ojos en las ondas que se expandían cada vez más lento.


El agua marrón, con las primeras luces del amanecer, empezaba a adquirir una tonalidad plomiza. Ya no la abrazaba la noche, pero la niebla-algodón ocupó el rol protector. Se sentía a salvo a pesar de que, bien mirado, el paisaje era un tanto siniestro. Las ramas finas y desordenadas de los árboles se alzaban como espinas que hundían sus puntas en la espesura del aire blanco. Todos los filos estaban suavizados, todos los bordes indefinidos. Los arbustos más lejanos eran apenas siluetas, algunas con forma inquietantemente humana, que por efecto de la niebla o quizás de su cerebro cansado, parecían avanzar hacia ella como en una mala película de zombies. Se puso a pensar si en realidad había alguna película de zombies que fuera buena. Nunca le había encontrado el gusto al género de los muertos-vivos. Bastante terroríficos eran los vivos-vivos.


Sonrió con amargura. No parecía el mejor momento para ponerse a pensar en zombies, ni en ninguna otra cosa. Pero los pensamientos se le imponían como aquellos vecinos demasiado ruidosos que todas las tardes se instalaban en la calle, frente a la ventana de su living. Pensó en su living por un instante: el sillón viejo y un poco hundido en el centro, cubierto con mantas de lana para compensar; la estufa a leña atorada de revistas viejas y cachivaches porque siempre le dio pereza prenderla; los souvenirs horribles de tantos viajes de otros; las rayitas de luz que se filtraban aquella misma tarde por la persiana y que se posaban cálidas sobre el cuerpo de su novio. De su ex. Habían pasado varios meses y todavía le costaba pensar en él como su ex, a pesar de lo necesario que era. Su mente, caprichosa, seguía entregándole las palabras “mi novio” cuando lo evocaba. No es que eso ahora importara demasiado.


Ese último pensamiento la despertó de su estado de hipnosis, y echó una mirada final al arroyo. Una onda solitaria se perdía en la superficie. Comprobó que desde allí era imposible ver el fondo. Se dio vuelta y se alejó pisando hojas húmedas. Sin dedicarle más adioses a su pasado, se internó en la niebla.


Cuento presentado para el I Concurso de cuentos breves del género negro: "Suspensivos" en el marco de la Semana Negra 2018. Incluido en el libro Semana Negra .UY Archivos confidenciales.


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