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«El invencible verano de Liliana», de Cristina Rivera Garza



El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza, es uno de los libros del momento porque hace unos meses ganó un premio Pulitzer, pero también es un libro que para poder existir entre nuestras manos tuvo que esperar más de 30 años.


El libro tiene como protagonista a Liliana Rivera Garza, la hermana de la autora. En la década del 90, y con tan solo 20 años, Liliana fue asesinada por su exnovio, con el que había mantenido una relación llena de turbulencias que hoy no dudaríamos en calificar de violencia de género, como tampoco dudaríamos en llamar femicidio a lo que en aquel entonces se denominaba “crimen pasional”.


Y es que esa fue una parte importante de la “espera” de este libro para concebirse. Porque hubo que esperar a que la autora decidiera enfrentarse a la traumática pérdida de su hermana —que decidiera abrir esas cajas de recortes y recuerdos durante una mudanza—, pero también hubo que esperar hasta llegar a una época en la que se acuñara y extendiera un lenguaje específico para llamar a las cosas por su nombre. Un lenguaje que le permitiera a la autora entender, denunciar, doler.


Porque sí, es un libro triste y lleno de dolor, pero también es un libro poderoso, necesario y cargado de belleza: la belleza de Liliana, que es retratada como un ser excepcional que vio su vida interrumpida demasiado temprano, y la belleza de las palabras cuando se escriben con el poder de la emoción, de la poesía y de la celebración. Porque este libro celebra a Liliana y nos hace enamorarnos de ella de la forma en que debió ser amada.


«Vivir en duelo es esto: nunca estar sola. Invisible pero patente de muchas formas, la presencia de los muertos nos acompaña en los minúsculos intersticios de los días. Por sobre el hombro, a un lado de la voz, en el eco de cada paso. Arriba de las ventanas, en el filo del horizonte, entre las sombras de los árboles. Siempre están allá y siempre están aquí, con y adentro de nosotros, y afuera, envolviéndonos con su calidez, protegiéndonos de la intemperie. Este es el trabajo del duelo: reconocer su presencia, decirle que sí a su presencia. Siempre hay otros ojos viendo lo que veo e imaginar ese otro ángulo, imaginar lo que unos sentidos que no son los míos podrían apreciar a través de mis sentidos es, bien mirado, una definición puntual del amor. El duelo es el fin de la soledad».

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