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«Contrato familiar», de Virginia Anderson



¿Quién no pensó alguna vez, ante la luz de una anécdota familiar memorable, que podría escribir una novela con la historia de su familia?


La mayoría de las veces este impulso biográfico se diluye tan rápido como se expresa, en general porque contar la historia de una familia no solo requiere de competencias narrativas: es sobre todo un ejercicio del mirar con honestidad y crudeza, un ejercicio que no siempre es fácil de hacer (y mucho menos de hacer público).


«Contrato familiar», de Virginia Anderson (Montevideo, 1974), es una novela cruda y honesta, pero también es una novela delicada, inteligente y conmovedora que relata la historia de una familia construida a partir de retazos de recuerdos, fotos que no muestran todo, chistes internos y rencores eternos, silencios de soledad y de tiranía, dolores de los lindos y de los feos.


«No está en las fotos con la torta, no está en las fiestas de la escuela. Mi abuela no aparece. Solo sale de perfil, tres cuartos o apenas el trozo de una falda plisada que reconozco como suya. Siempre a un costado, siempre asistiendo, siempre en silencio».

Anderson observa las fisuras, lo oscuro —lo que muchas veces no nos contamos a nosotros mismos sobre esa amalgama de seres vivos que conforman una familia— y lo convierte en una serie de escenas, descripciones y diálogos que van desde la superficie de lo tierno, o incluso lo ridículo, hasta lo más profundo de la angustia existencial. Repasa así las cláusulas de un contrato cargado de trampas, de esas que siempre aparecen cuando uno está dispuesto a leer la letra chica.





Publicado originalmente en 25Siete

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