La historia de los desaparecidos es una historia interrumpida. Muchas veces tiene que reconstruirse recolectando testimonios fragmentados aquí y allá, revisando documentos, buscando migajas de pistas. Pocas veces esa búsqueda permanente encuentra respuestas completas o satisfactorias. Buscar es un dolor que atraviesa los cuerpos.
«Su hijo solo permanece en lo que los demás sobrevivientes recuerdan, confundidos por rumores y por las derivaciones propias de la memoria. Pero quienes lo conocieron hablan de una persona diluida en el tiempo, eternamente joven, porque la vida de todos ha seguido mientras que la de él se ha detenido en el momento del último recuerdo que tienen los otros».
En Recuerdos del río volador, el escritor colombiano Daniel Ferreira aborda el tema de las desapariciones no solo como contenido sino también como forma. Es una novela extensa y fragmentada, compuesta por múltiples voces que se superponen en distintas líneas temporales, que invita a una lectura pausada, por momentos engorrosa y difícil de construir, como la búsqueda misma.
Esta novela, que cierra una pentalogía sobre la violencia en Colombia, tiene como hilo conductor al río Magdalena. Un río que se describe con detalle fotográfico como un entorno sobrecogedor, pero que también es al mismo tiempo el vehículo del progreso industrial de principios del siglo XX y el lugar a donde van a parar las víctimas de una violencia política que ha golpeado largamente al país latinoamericano. No es una lectura fácil, pero sí es una lectura necesaria.
«El río atrapa y envuelve y ahoga y sepulta y te devuelve al lugar donde encallan todos sus muertos, como si el río escogiera un mismo sitio para depositar a todos los cadáveres que llegan desfigurados. En un lugar las mujeres los recogían, los amortajaban, les ponían nombre, les hacían honras y los enterraban. Para que mañana, cuando sean sus propios muertos los que lleguen a un lugar desconocido, otras mujeres también los honren y los adopten y los sepulten».
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